Tuve la ocasión de visitarla de nuevo y no puedo dejar de mencionar – pues es razón de esta nota – que la he visto agonizar. Fueron demasiadas muestras de pérdida que sentí, que por un momento sentí que no debí haberme ido.
Sin embargo “por algo ocurren las cosas”, como dicen muchos ahora. De pronto se trataba del ejercicio anti-rutina que uno debe hacer de tanto en tanto, para notar el verdadero color de las cosas.
Vi desvanecerse ante mis ojos los sueños y las ilusiones personales y colectivas, con tal severidad que dudo que cierren pronto las heridas. Se me viene a la mente el pedido que canta Javier Solis con tanta angustia “ayúdame Dios mío, ayúdame a olvidarla…”.
En lo personal, prefiero guardar silencio de mis frustraciones o la cruda realidad de mis sueños ilusos, aunque más de una lágrima lo delate. En lo colectivo, siento desboronarse la ilusión de ver construir ejemplarmente y en grupo una pequeña nación (dentro de una mayor) a partir de su apasionamiento cultural y las oportunidades que sus recursos le otorgan.
Es increíble observar una ruta de acceso cada vez más deteriorada, y con tal impunidad que horroriza la inclemencia humana o la indiferencia colectiva; un derrumbe de aspiraciones en las más altas esferas de su gobierno insipiente; un concierto de lamentos producto de intolerantes conductas ante las arremetidas de gobiernos superfluos y a la vez de un sistema centralista que por su antigüedad – se venía venir – no cederían fácilmente al ejercicio local del control del desarrollo.

Aún con estas fuerzas en contrario, hay maravillosas personas y sueños – golpeados sin duda – que aún esperan de Cajamarca algo maravilloso. Que Dios y las fuerzas de estas personas logren el cambio justo y necesario.
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