sábado, 29 de noviembre de 2008

NOSTALGIAS

No puedo olvidar un consejo que me dieron hace muchos años: “líbrenme del hombre que lee un solo libro y vive en un solo lugar”. Esta sentencia mezclada de conflictos de identidad y pensamiento globalizante me hizo recordar el reciente lugar donde hace tan poco trabajé, Cajamarca.
Tuve la ocasión de visitarla de nuevo y no puedo dejar de mencionar – pues es razón de esta nota – que la he visto agonizar. Fueron demasiadas muestras de pérdida que sentí, que por un momento sentí que no debí haberme ido.
Sin embargo “por algo ocurren las cosas”, como dicen muchos ahora. De pronto se trataba del ejercicio anti-rutina que uno debe hacer de tanto en tanto, para notar el verdadero color de las cosas.
Vi desvanecerse ante mis ojos los sueños y las ilusiones personales y colectivas, con tal severidad que dudo que cierren pronto las heridas. Se me viene a la mente el pedido que canta Javier Solis con tanta angustia “ayúdame Dios mío, ayúdame a olvidarla…”.
En lo personal, prefiero guardar silencio de mis frustraciones o la cruda realidad de mis sueños ilusos, aunque más de una lágrima lo delate. En lo colectivo, siento desboronarse la ilusión de ver construir ejemplarmente y en grupo una pequeña nación (dentro de una mayor) a partir de su apasionamiento cultural y las oportunidades que sus recursos le otorgan.
Es increíble observar una ruta de acceso cada vez más deteriorada, y con tal impunidad que horroriza la inclemencia humana o la indiferencia colectiva; un derrumbe de aspiraciones en las más altas esferas de su gobierno insipiente; un concierto de lamentos producto de intolerantes conductas ante las arremetidas de gobiernos superfluos y a la vez de un sistema centralista que por su antigüedad – se venía venir – no cederían fácilmente al ejercicio local del control del desarrollo.
Siento con limitada fuerza dos rebeldes gritos que por un lado dicen “… sí, soy serrano, a mucha honra señores…” y de otro lado invocan en su himno “hoy por fin a sonado el clarín, ha llegado la hora levanta, tú serás el nuevo paladín…”.
Aún con estas fuerzas en contrario, hay maravillosas personas y sueños – golpeados sin duda – que aún esperan de Cajamarca algo maravilloso. Que Dios y las fuerzas de estas personas logren el cambio justo y necesario.

domingo, 16 de noviembre de 2008

PERUANO

Soy de Perú, el país que se jacta de concentrar la herencia del aún poco conocido, pero no por ello poco grandioso, Imperio Inca. Sin embargo no me atrevo a decir que somos una sociedad de segunda o tercera generación Inca. La cultura Inca aún encierra muchos misterios que nos desafían.
Necesitamos admitir con la necesaria sensatez que en el territorio que ocupamos, y más aún fuera de nuestras fronteras por el norte y por el sur, dominó el Imperio Inca, con sus cuatro suyos. Pero que hace más de cinco siglos fue asaltado por los colonizadores de Europa, específicamente de España.
En una época tan pujante en la navegación y búsqueda de tesoros, sutilmente matizada con la caza de mitos sobre los confines de la tierra, un territorio como el nuestro no era ni podía ser una ventana a una nueva cultura, sino un botín por desmantelar. La acumulación de riqueza era la prioridad en una época en la que ésta constituía el primer elemento de poder.
Hace más de cinco siglos, las extensas e indomables tierras del Brasil obligaban a los aventureros a explorar más al norte, descubriendo México, Panamá y El Caribe. Duras competencias con los agresivos ingleses obligaron a los españoles, franceses y portugueses a concentrarse más en el sur de tan peculiar y gigantesco continente. Cruzando el angosto paso de Panamá, pronto llegaron al Imperio Inca y desataron su feroz ambición por la conquista.
Desde ese momento y cinco siglos hacia adelante, la esperanza de encontrar evidencias vivas de la cultura Inca es una absurda ilusión. Lo más sensato es apoyarse en la idea de la mixtura generada por sangres europeas y aborígenes, más aún abandonadas por los propiciadores de este fenómeno, cual irresponsable padre que engendra un hijo y no vuelve más, ni siquiera para conocer de su destino.
Hablar de la sangre europea resulta tan insuficiente que cualquier descuidado lector se resistiría a aceptar que los latinos, peor aún los peruanos, tienen sangre europea. Esta no es una aseveración anti-mendeliana, sino una reflexión que nos lleva a considerar que en la misma sangre europea existen matices nacidos de los marginados vikingos o sus seguidores, caracterizados por su desenfado en el abuso del poder, la pérdida de valores, aunque con un vívido sentimiento de grandeza y superioridad.
En nuestra historia no es ajeno reconocer que fuimos conquistados por un criador de cerdos (Francisco Pizarro), analfabeto, inculto, sucio y carente de valores; quien vino con una recua de sujetos igual o peor que él. Como fuere, sus genes y valores fueron los que se sembraron – con abuso incuestionable – en la sangre y cultura de nuestros serenos ancestros. Genéticamente la mezcla ha sido un holocausto para cualquier genetista de nuestros días, pues al poco tiempo de la conquista mezclaron a esas sangres con la proveniente de africanos y orientales que fueron traídos nada menos que para humillarlos trabajando para sus intereses monetarios.
Históricamente condenados a ser el patio trasero, sino el botadero de España, los pueblos mestizos de América del Sur se sublevan al abuso y se independizan de sus dominios hace menos de dos siglos. El balance nos dice que más de tres siglos o más de diez radicales generaciones se impusieron sobre lo que fue la cultura Inca, condenada desde el principio como pagana u opuesta a la cultura dominante que se ufanaba en aquella época de cristiana. Con tal sometimiento, cualquier vestigio de cultura Inca está dramáticamente borrado.
Carente de identidad, el mestizo europeo-inca-africano-oriental pasa a formar lo que el antiguo mundo distingue como Latinos, sin tener nada que ver con los generadores de la cultura latina en la historia.
Hoy los latinos formales – que son pocos con respecto a los informales – se erigen como una cultura centro y sudamericana que se distingue profesional y técnicamente en el mundo.
La mayoría informal, carente de oportunidades en su propia tierra, se divide entre quienes buscan honestamente salir de sus adjetivos (aún en la ilegalidad) y quienes se ocultan en la sombra de la deshonestidad, tan igual como lo hicieron los sicarios que conquistaron estas tierras. Estos últimos sucios e indeseables sujetos están escribiendo la cultura de los peruanos. Ante la pasividad de los peruanos honestos, los delincuentes – que usualmente no se interesan por una identidad, sino por sus ambiciones – dan cuenta de su origen y obligan a los demás a deducir lo que sería la cultura peruana.
Quiero levantar la voz para decir que los peruanos tenemos una propia cultura, aunque originaria de la mixtura impuesta antes mencionada. Pero esta cultura, tan arraigada en nuestro territorio y valores, nos eleva al mismo nivel de las más grandes del mundo. No en vano ni por descuido un peruano ocupó hace más de diez años la representación de las Naciones Unidas (Javier Pérez de Cuellar). Y como él, tenemos miles y miles de ejemplos.
Los delincuentes, de donde vinieran, jamás pueden dar cuenta de la cultura del pueblo que los vio nacer. Aquellos delincuentes que nacieron en el Perú son tan despreciables como cualquier otro delincuente de cualquier parte del mundo.
Los peruanos de verdad somos diferentes. Aún tenemos tímidos e irresponsables gobernantes que se desaniman por defender nuestra cultura ante el mundo, y peor aún, se dejan atraer por la suciedad de los delincuentes que tienen a la corrupción como forma de vida. Pero ellos, que exhiben su rostro y su suciedad ante el mundo, no representan a los peruanos. Por alguna razón que desconozco, los peruanos aún no salimos de nuestro silencio.
Es curioso que los muchos himnos de nuestra tierra siempre invocan el “despertar” al ostracismo que nos condena y dice muy mal de nosotros.
Abrigo la esperanza de que cuando lo hagamos, voltearemos históricamente las negras páginas que escriben nuestra cultura, basadas en las barbaridades de los delincuentes que también nacieron en esta sagrada tierra.
El peruano es grande como sus incuestionables orígenes… Viva el Perú!