miércoles, 27 de octubre de 2010

NOS RESERVAMOS EL DERECHO DE ADMISION

(No se admiten peruanos)

Si bien no se enseña en la escuela, es una tradición oral el saber que el peruano, más que ningún otro ciudadano del mundo, es Pendejo. Hemos crecido con eso. Lo escuchamos en todos lados – al interior del Perú – de modo tal que hasta lo sentimos en las venas o en nuestros genes. Cuando somos pequeños aún, nuestros padres celebran la primera “pendejada” que hacemos y se sienten terrible cuando alguien nos la hace; no porque aquella persona hizo mal, sino porque no supimos advertir la “pendejada” del otro.
“El vivo vive del sonso y el sonso de su trabajo” reza un dicho que escuché con mayor énfasis en la época del Gobierno Revolucionario que impuso el General Juan Velasco Alvarado. No creo que haya formado parte de la ideología revolucionaria que promovió, pero si noté que cobró mucha fuerza en el sector público, cuando parecían muy naturales las actitudes fraudulentas de los burócratas en la gestión pública, a causa de una “propina” de alguien más pudiente económicamente. Detrás del mensaje “Campesino, el rico no comerá más de tu trabajo”, algunos lo entendieron de forma combinada: “si trabajas, le das de comer al vivo; por lo tanto, no trabajes, pero si cobra como si lo hubieras hecho”.
Y con esa tradición oral hemos crecido. Alguien dijo “una cosa es caballerosidad y otra es sonsera”. Con eso mató por completo los buenos modales que enseguida pasaron a ser “sonseras” o demostraciones de ser sonso. Ya nadie saluda, ya nadie cede el asiento a las damas o a los mayores; ya nadie cede el paso, ya nadie pide disculpas; ya nadie respeta. Todos nos cuidamos de no ser sonsos.
Mucho más que eso, hacemos esfuerzos voluntarios por no parecer sonso o sumiso. Y con eso nos llevamos de encuentro la humildad y la sencillez. Hemos criticado muy duro a quienes se demoraron en despojarse de esas actitudes, como el caso de los nativos de la sierra del Perú. Los serranos demostraron mucha resistencia a deshacerse de los buenos modales. Los medios de comunicación, en alusión a la guerra contra la “sonsera”, criticaron de “serranos” a los “sonsos” que demostraban buenos modales. Nos divertía mucho ver como “los vivos” limeños le tomaban el pelo a “los sonsos serranos”, llevándonos a generar una actitud de rechazo al modelo “serrano” que se veía como sumiso, humilde, incauto. Ya nadie quería ser “serrano”, sino más bien “limeño”, lo que nos llevó a modificar el acento de nuestra tierra (para no demostrar ser un sonso provinciano o serrano) y adquirir jergas y replanas que no eran otra cosa que la protesta lingüística hacia el idioma.
Esto tuvo su efecto en cadena: es regla hablar con acento limeño, utilizar jergas y transgredir groseramente los buenos modales o “reglas de urbanidad” (de las que no he escuchado hablar hace más de treinta años). Toda esa actitud nos llevó a ser ganadores o simplemente normales. Adoptamos con mucha fidelidad la jerga del momento, en demostración fidedigna del mandato de consumo que nos obliga a ser felices siempre que tengamos el producto de última generación.
Esta situación obviamente tuvo que generar efectos que no precisamente valoramos. La “viveza” del blanco limeño o “viveza criolla” empezó a resultarnos indeseable cuando éramos el blanco de la misma. Los delincuentes no pudieron encontrar mejor escenario que el de la “viveza criolla” para delinquir impunemente y con los aplausos de los no involucrados. Los jueces no podían juzgar al vivo, menos condenarlo; condenaban al sonso que se dejaba atrapar con las “manos en la masa”, por más inocente que fuera. “Si eres vivo, no te dejas atrapar; sólo caen los sonsos (incautos)”. Y así se aplicó la “viveza” al pago de los impuestos, al pago de las deudas, al uso irresponsable de los recursos del estado, al “diezmo” por obras otorgadas y a muchas cosas más. Cuando no recibimos los beneficios que esperamos, tácitamente sabemos que es porque los “vivos” no pagaron y nos sumamos a ellos. Pero cuando no sabemos qué hacer cuando no recibimos el servicio por más del tiempo que esperamos (o toleramos), ya no sabemos qué está bien, el ser vivo (y no pagar) o el ser sonso (y pagar). Fácilmente nos vamos a criticar a los grandes (vivos) que se benefician con los recursos del país y no pagan (¿?).
Hoy, sin aún percatarnos del efecto “espejo” de la viveza, estamos sufriendo el resultado de la conducta colectiva del vivo. Los vivos que no pagan impuestos y tributos nos impiden recibir los beneficios de los servicios básicos del Estado (como la salud, la educación y la seguridad ciudadana). Los vivos que salieron del país, aplicaron su “viveza” a los incautos gringos y se beneficiaron grandemente. Hoy los gringos simplemente instalaron un mecanismo anti-vivo mediante el cual marginan nuestra cultura. Ya se formó hace buen tiempo una conducta anti-peruanos en los demás países. Esas sociedades no quieren arriesgarse a admitir a un peruano quien con su “viveza” les generará malestar. Simplemente no los admiten.
Y así nos quedamos con un mundo cada vez más reducido, alejado del mundo de quienes juzgamos como injustos y crueles, pero que están dotados de valiosas oportunidades para nosotros (siempre que seamos honestos). Todo eso por haber crecido y habernos adaptado al mundo del vivo o del pendejo.
Vaya esto como una nota a la reflexión: a nadie le gusta ser el sonso. Apliquemos las normas de buena conducta, la honestidad, la sencillez y la humildad y abriremos las puertas hoy cerradas por nuestra mala actitud. No se trata de vivos ni sonsos; se trata de ser honesto, como los demás ciudadanos del mundo.

martes, 17 de agosto de 2010

CERRAR LOS ESPACIOS ABIERTOS

Un espacio abierto es un espacio público, en donde los ciudadanos pueden disfrutar de su riqueza. Es muchas veces un lugar de concentración de las personas. Un parque es un buen ejemplo de un espacio abierto. Otro ejemplo son las plazas principales de las ciudades.
La característica de un espacio abierto es que, si bien tiene fronteras o bordes, no tiene frente ni costado ni espaldas. Es abierto.
Sin embargo en Tumbes, gracias a la creatividad de un arquitecto, los espacios públicos o las plazas principales han dejado de ser un espacio abierto. Ahora ya tienen frente y espalda. Ahora ya saben hacia donde miran y hacia donde dan la espalda.
Esto que parece tener poca importancia tiene un reflejo en la economía de los locales que antes daban (de frente) al espacio abierto y ahora están a su espalda.
En la plaza principal de Tumbes hay una “Concha Acústica” que cumple con marcar el frente y la espalda de la plaza. Mira de frente hacia la catedral y el Paseo La Concordia y da la espalda a los establecimientos comerciales como la Caja Municipal de Piura, el Banco Scotiabank, la sucursal de Claro, entre otros.

Como si eso fuera una gran idea, en San Jacinto y Papayal han repetido la hazaña.
Pareciera que alguien pierde la brújula estando en un lugar sin frente y espalda, que necesitan definirlo, pese a la afectación que logren con quienes se localicen “a espaldas” de esa plaza.
No es difícil entenderlo en lugares en donde la economía de las familias se define por actividades diferentes al turismo o la oferta de servicios. En caso contrario, lo pensarían más de una vez quienes deciden “dar la espalda” a lugares comerciales activos como los afectados con esta creatividad arquitectónica.

Agradeceré comentarios.

miércoles, 5 de mayo de 2010

LA INSTITUCIONALIDAD DEL ESTADO EN EL BANQUILLO

Necesito que me permitan resaltar en este análisis el significado de la palabra CONFIANZA, que – entre tantas ideas – se relaciona fuertemente con la palabra ESPERANZA. En concreto, la confianza es la esperanza que tiene alguien de que otro actúe a favor del interés del primero.

En una sociedad democrática, los ciudadanos tienen la confianza de que existe un marco de institucionalidad del Estado dotado de los suficientes instrumentos para garantizar el respeto a sus derechos. Es decir que, el ciudadano desarrolla sus actividades poniendo en práctica algunas decisiones, confiando en que su gobierno cautela sus derechos (e intereses). Esto es extensivo a los demás ciudadanos, quienes, por la tutela que ejerce el gobierno, no afectarán los derechos del ciudadano de nuestro ejemplo.

De modo práctico, si cultivo papas y para ello remuevo la tierra (mi tierra), la fertilizo y siembro la semilla, supongo que nadie me venderá abono inútil, ni semillas malogradas, ni me impedirá el acceso a la tierra, o al agua para regarla; confío que esto es así porque existe un gobierno que me garantiza que la tierra es mía; que quien me venda el abono y la semilla, no me engañará; ni tampoco que alguien impedirá mi acceso al agua de riego. Tengo la confianza de hacer las actividades que me interesan, sin que medie intervención alguna que lo impida.

Y aún cuando las noticias que escucho a diario me enrostren que NO ES ASÍ, tácitamente continúo actuando como si lo fuera. Esto me lleva a una frustración recurrente, al punto que me moviliza hacia dos decisiones opuestas: o (i) dejo de confiar y me rebelo, o (ii) me resigno a sobre-vivir en un marco institucional debilitado, falso o difuso, sin autoridad y con delincuentes que atropellarán impunemente mis derechos en el momento menos pensado.

En conclusión, mi confianza en la institucionalidad del Estado (por la que voté – o los mayores que yo, votaron – en algún momento), ha sido defraudada, traicionada. Mi esperanza en que el gobierno actúe a favor de mis derechos y los derechos de los demás ciudadanos, ha sido una falacia creada por intereses muy distantes a los que creímos – o confiamos – cuando decidimos por esa forma de gobierno.

Para abundar más en el tema, cito algunos ejemplos generales que propongo sean tomados en cuenta por los electores, ad portas de procesos electorales que nos llevarán a renovar fórmulas gubernamentales.

Vivimos en un país que ha sido calificado como “en vías de desarrollo” por diversas razones; entre ellas, por tener una gran proporción de la población sin acceso a la atención de sus necesidades básicas (tierra, techo, empleo, educación, salud). Lo lógico, a mi modesto entender, es que mis gobernantes diseñen estrategias para resolver ese pasivo, privilegiando instrumentos que – en aplicación de los derechos de todos – actúen a favor de fórmulas para reducir esa brecha.

El que no funcionen esos instrumentos a corto plazo, puedo entenderlo (solemos caer en la dinámica del ensayo – error); pero que además de eso se utilice mi confianza como combustible para alimentar lo que la sociedad entera aborrece y que se conoce claramente como “corrupción”, es escandaloso.

No quiero concentrarme en el asunto de la corrupción porque ya se ha hablado mucho sobre eso. Propongo volver al asunto de la confianza, pues nadie puede abiertamente conminarme a elegir a un corruptor (que corrompe). Así, invocando el valor de la confianza, propongo que invitemos a los candidatos a demostrarnos los instrumentos que tienen y su capacidad de implementarlos para “desempolvar” nuestra confianza en la institucionalidad del Estado, aquella en la que creímos algún día, porque no encontramos otra fórmula que garantice nuestro desarrollo colectivo en armonía e igualdad de condiciones. Necesitamos alguien que nutra la confianza ciudadana y la eleve como valor fundamental para gobernar en nuestro espacio.

En suma: si no tengo empleo, mi gobernante implementará medidas para que yo lo obtenga de modo justo, permanente y obviamente productivo; si no tengo tierra, mi gobernante implementará medidas para que tenga acceso a ella, al igual que los demás; si no tengo salud y educación, mi gobernante implementará medidas para que acceda a la salud y a la educación, igual que los demás. En otro plano, si tengo capital para invertir, necesitaré que mi gobernante implemente medidas para favorecer mi inversión de modo que pueda recuperar mi capital y usarlo para – además de generar empleo – mantener mis ingresos y pagar los impuestos que correspondan; necesitaré también – sea inversionista o un modesto empleado – que el espacio en el que vivo o trabajo garantice mi integridad personal, no afecte mi salud, no perjudique mis inversiones y no me exponga a conflictos de intereses que al mismo gobernante le corresponde cautelar de la forma más justa posible.

No estoy pidiendo un mago – tampoco quiero entrar en el terreno de la utopía o la fantasía – sino que espero que los recursos a los que, como ciudadano, le permití acceder (impuestos, autoridad, etc.), sean usados a mi favor. Quiero que se haga merecedor a mi confianza. Quiero volver a tener la esperanza de que la institucionalidad democrática por la que voté – o me sumé aceptándola – cautele mis derechos en el desarrollo de mis actividades por articularme a la compleja urdimbre social a la que pertenezco. Sé que no es fácil, pero si alguien se propone resolverlo, sólo espero que lo haga.

En la medida que eso no sea así, asumiré que la institucionalidad del Estado es un fraude a la confianza, y por tanto debe pasar al banquillo de los acusados por las recurrentes traiciones a las que nos expuso.

miércoles, 10 de marzo de 2010

PERDERSE LA FIESTA… EN TU PROPIA CASA

Hace quizás 12 años que elaboramos con mi hermano Ricardo (Q.E.P.D.) una propuesta de visión estratégica de desarrollo para Tumbes. En ella propusimos que, dadas las condiciones de crecimiento económico agrícola en Sullana (Perú) y El Oro (Ecuador) y acuícola en El Oro (Ecuador), las expectativas de expansión agrícola con un proyecto de irrigación no serían tan sólidas para Tumbes, como el desarrollo turístico de su variada oferta de escenarios naturales. Desde esa época nos preguntábamos ¿Quién no quisiera ir a Tumbes…? Si ése lugar contiene hermosos lugares, una destacable gastronomía, calor de su gente y mil oportunidades más de pasar momentos cálidos y agradables. Presentamos la propuesta en el entonces CTAR Tumbes y fue desestimada a los 3 segundos de sustentarse.

Se desestimó por diversas razones, muchas de las cuales ni siquiera se imaginaron en su real contexto. El turismo era visto como prohibitivo por ser Tumbes una zona calificada como de Alto Riesgo para enfermedades metaxénicas (Paludismo, Dengue) y parasitarias. Además, Tumbes no contaba con infraestructura ni servicios para atender al turista.

Por eso la opción siguió siendo la misma: irrigación de campos agrícolas para la expansión de la agricultura. Pese a que Sullana y El Oro tenían una mayor superficie real destinada a la agricultura, contra una superficie hipotética más reducida en Tumbes, la agricultura aparece como mejor opción.

Doce años después, la expectativa es la misma… pero el turismo está creciendo en nuestras narices. Y no precisamente por aventureros tumbesinos. ¿Se equivocan…?

Tumbes hoy es una región que recibe ingresos por venta de hidrocarburos, langostinos y… turismo. Las exportaciones de banano orgánico y las ventas nacionales de arroz ya demuestran tener un techo. Y no precisamente por limitada superficie. La ganadería, que se ufanó siempre de ser motor del desarrollo de Tumbes, no logra salir de su antiguo modo itinerante o extensivo, sobre tierras públicas.

Y es que quizás la fuerza de un sueño centenario no logra ser superada por un concienzudo análisis de nuestra realidad. Una realidad que no nos margina, sino que nos eleva a una posición privilegiada. Decíamos en nuestro análisis que la opción del turismo nos elevaría a una categoría de sitio preferente por la belleza de sus playas, lo mágico de sus bosques (secos y tropicales húmedos), la proximidad de cada escenario con el otro y… una tradicional gastronomía.

Tumbes habría sido – desde hace diez años – un escenario mágico en donde inversionistas, académicos, aventureros y naturalistas adoptarían como sitio preferente para desarrollar foros, conferencias, reuniones de negocios, aventuras, diversiones y un sinfín de actividades más, que mantendrían copada la oferta de hoteles y restaurantes durante todo el año. Su demanda bien habría podido ser atendida por su reducido valle, su grandiosa costa y su riqueza marina. El empleo se expandiría a niveles nunca imaginados, propiciando inclusive una emigración desde otros lugares.

La historia se repite: carbón, madera fina, turismo, hidrocarburos, langostinos, hidrocarburos, turismo de playas, todas ellas abordadas por aventureros no tumbesinos… pero seguimos apostando por la agricultura dependiente de represas (ahora cuestionadas por su impacto ambiental a nivel global).

Y mientras tanto, se continúa liberando suelos en forma de sedimentos, en busca de tierras agrícolas; se continúa con el desorden de la pesca en una zona nodriza para los peces comerciales más demandados por el mercado.

Como antes, la fiesta continuará siendo organizada por los de fuera, en nuestra propia tierra, mientras seguimos esperando que algún día llegue el ansiado proyecto de irrigación, que a decir de muchos, nunca podrá ser de los tumbesinos. Pues ocurre que, a modo de devolver la inversión en infraestructura, la tierra será entregada a quienes (de donde vengan), estén en condiciones de pagar por un lote (quizás de más de 50 Has) irrigados y con compromiso de pagar por su derecho de agua (cosa que hasta ahora la mayor parte de agricultores se resiste a pagar).

Como antes… volveremos a quejarnos de que los que vienen de fuera ganan más que quienes siempre hemos vivido en Tumbes.

jueves, 4 de febrero de 2010

Trabajo listo, escenario limpio… fantasía o realidad?


Hace más de 30 años le pregunté a mi padre - cuando ejercía muy dinámicamente su oficio de mecánico de motores estacionarios - sobre las razones por las que nuestro taller no se veía cargado de aceite como los de los otros mecánicos. La idea en el ambiente era de que un taller aceitoso era indicador infalible de mecánico trabajando. Nuestro taller no tenía una gota de aceite derramada ni cerca de los barriles de petróleo.

Mi padre me contesta que aquellos mecánicos eran sucios.

Confieso que demoré en entender la idea. Todos los talleres de mecánicos estaban con hidrocarburos; todos los lugares en donde había construcciones estaban llenos de una mezcla de arena, cemento, bolsas, fierro y trozos de ladrillo; todos los lugares donde estaban pintando estaban manchados con pintura, los bancos, las escaleras y obviamente la ropa de los pintores; todos los lugares donde se hacía trabajos de gasfitería estaban llenos de barro negro y pestilente, restos de tubería y trozos de tubería; todos los lugares en donde alguien estaba cocinando estaban llenos de hollín, restos de alimentos, utensilios sucios y hasta perros comiendo las sobras.

Si aquellos lugares donde trabajaba la gente estaban sucios, por qué el taller de mi padre estaba limpio? Y más aún, por qué mi padre era exigente en la limpieza y orden del local y las herramientas?

Y es que trabajo no es sinónimo de suciedad; tampoco de desorden; y tampoco de gritos y maltratos.

Lo que hoy muchos conocemos como normas de seguridad e higiene industrial se está extendiendo a todos los oficios. La razón es simple: no existe vínculo que relacione ineludiblemente el trabajo con la suciedad y el desorden. Eso es un sobrecosto. Es un costo adicional que puede afectar tanto a quien recibe el trabajo, quien lo ejecuta y también quien está cerca de donde se realiza dicho trabajo. Y como se trata de costos, nadie desea voluntariamente asumirlo. Lo que ocurre es que los niveles de suciedad pueden alcanzar impactos suficientes como para arruinar la vida de muchos sujetos, de su entorno, de su modo productivo y hasta de su lugar de residencia. Peor aún, tales niveles de daño hasta pueden resultar imposibles de revertirse por muchos, muchos años.

En lugares en donde esto está claramente definido, quien desarrolla un trabajo ensuciando (que es diferente de quien hace un “trabajo sucio”), el responsable asume los costos… y debe hacerlo de inmediato. Pero esos lugares aún no son muchos, ni la mayoría.

Aún podemos encontrar con facilidad desde calles sucias debido a un trabajo de pavimentación, jardines arruinados debido a trabajos de construcción o de pintura, sitios turísticos contaminados, hasta ríos y océanos muertos, personas enfermas, negocios arruinados, etc. simplemente porque alguien estuvo trabajando y no fue capaz de evitar "ensuciar".

El propósito de este mensaje es invitarlo a desarrollar su trabajo - cualquiera que sea - de modo limpio y ordenado, por múltiples razones: solidaridad con el vecino, responsabilidad con los valores del cliente, respeto a la sociedad y respeto a usted mismo, a sus sueños, a los sueños de sus hijos y de los amigos de sus hijos.

El trabajo desde siempre fue indicador de dignidad para el hombre. Hágalo limpio y verá como muchos lo tomarán de ejemplo, como referente y eso redundará en su beneficio propio.

El trabajo es digno, limpio y eficaz. Haga de esta consigna su forma de vida.