domingo, 21 de diciembre de 2014

El muerto se hace pesado cuando hay quien lo cargue



Siendo que el comportamiento es una de las condiciones que nos permite diferenciarnos entre los seres vivos, eventualmente somos la única especie del planeta que tiene un comportamiento diferencial tan marcado con respecto a las demás especies, que nos permite seguir manteniendo el control de lo que ocurre en el planeta y hasta en la porción del universo más cercana a éste.

La mayor parte de las especies tiene un comportamiento tan parametrado que a la menor variación de un factor demuestra alteraciones adversas que hasta pueden condicionar su supervivencia. Las hay también aquellas que son lo suficientemente versátiles como para soportar cambios drásticos (ya no sutiles), pero con una marcada limitación que siempre nos permite controlarlas; o sea que hasta el momento continuamos manteniendo el control.

La principal condición de un líquido es su fluidez, lo que en un medio afecto al magnetismo terrestre, significa que el líquido (manteniendo siempre ese estado) es capaz de adaptarse a la forma que se le resista para adoptar la forma de la barrera que se le presente en el límite inferior, pero ocupando el lugar que hay en la forma de esa barrera. De modo más explícito, en una barrera plana – alineada con la fuerza de la gravedad – el líquido toma la forma de la misma barrera, o sea la forma plana. En una barrera cóncava, el líquido hacia abajo toma la forma cóncava y en la superficie adopta la forma plana. Lo mismo ocurre en una barrera convexa o en una barrera de forma compleja. El líquido sigue la forma de la barrera hacia abajo, mientras que hacia arriba siempre será plano – siempre en alineación con la gravedad.

El comportamiento adopta esta misma condición: la fluidez. Tanto los humanos como las demás especies tenemos una cierta capacidad de fluidez ante las diversas y muy diferenciadas condiciones en las que nos encontremos. Algunos son menos “fluidos” que otros; es decir que algunos no logran adaptarse a las formas de las barreras y simplemente perecen. 

Mi madre me enseñó algo que decía mi abuela (su madre): “el muerto se hace pesado cuando hay quien lo cargue”, en alusión a los funerales de la época de mi abuela, en donde se trasladaba en un cajón hermético el cadáver de una persona cuando fallecía, como parte de un complejo ritual conocido como “sepelio” o “funeral”. Quienes trasladaban el cajón con el cadáver eran personas de casi la misma estatura. Aun cuando eran cuatro – como mínimo – los cargadores, llevaban a cuestas el peso promedio de una persona. Y eso es muy diferente que trasladar a un herido, donde éste ayuda en el esfuerzo de trasladarlo. Un cadáver nunca podrá ayudar a mover su masa a ninguna parte, simplemente porque no está en condiciones de hacerlo, de modo que los cargadores literalmente deben cargar un “peso muerto”.

Yo me imagino que mi abuela recogió la reflexión de un cargador cuando contrastó el esfuerzo de cargar un herido con el esfuerzo de cargar un cadáver. El herido reduce el esfuerzo y el cadáver simplemente lo sincera. En suma, es más pesado cargar un cadáver que cargar un herido.

Volviendo al asunto del comportamiento, la reflexión que hacía mi abuela era en referencia a que una persona se comportaba de un modo “más pesado” cuando había quien le resolviera sus demandas. Usando el comparativo con el fluido, el comportamiento adopta la forma de la barrera con la que se encuentra. Si tú le permites a alguien alimentarse de tu trabajo sin ninguna condición (de ayudar, por ejemplo), ese alguien siempre seguirá alimentándose de tu trabajo sin hacer nada por ayudar o compensar el esfuerzo. Si por el contrario, tú le condicionas la alimentación a hacer un esfuerzo por traer la leña o lavar los trastes, la persona cumplirá con traer la leña o lavar los trastes con tal de suplir su demanda de alimentos.

Sin embargo, el comportamiento tiene otra condición que no logro comparar con alguna analogía. Este elemento quizás tiene una relación con un mandato genético que tienen las especies que no se parecen a los humanos: la costumbre. La costumbre no es otra cosa que la referencia histórica de resolver las demandas de la misma forma que fueron resueltas desde la primera vez y que además ocurrieron de forma repetitiva, que lograron “hacer camino” a la forma de resolver su demanda. Dicho de otro modo, la forma en que resolvimos nuestra primera demanda es la forma en la que esperamos que se resuelva en el futuro.

Si por ejemplo, luego de que nos ofrecieron alimento sin que tengamos que hacer ningún esfuerzo, volveremos a comportarnos del mismo modo cuando volvamos a sentir la necesidad de alimentarnos. Y si recibimos el mismo resultado una y otra vez, nos acostumbramos; es decir que aprendimos a que el hambre se resuelve solicitando a alguien para que nos lo proporcione sin hacer nada a cambio. Pero si las condiciones son diferentes, con mucha facilidad asimilamos la forma de la barrera y la repetimos con tal de satisfacer nuestra hambre.

La repetibilidad es una de las características que encontró Mendel en su estudio de la genética. Si el sujeto encuentra las mismas condiciones siempre, volverá a repetir su comportamiento. De otro modo habría un colapso o una crisis de comportamiento… ¿Por qué obrar de modo distinto si antes hubo un resultado satisfactorio? Quién mejor encontró esta condición de comportamiento fue Sigmund Freud. Justo por esa razón es que las personas reaccionan ante un cambio en las barreras. Aquí es donde no consigo tener una analogía de comprensión simple. Pues las personas literalmente protestan ante un cambio en las barreras; es decir que ya no se comportan como un fluido – que físicamente adoptan la forma del recipiente – sino que ejercen una energía de reacción con tal fuerza que intentan volver a la condición original a la barrera o el recipiente.

En un simple análisis lógico, el comportamiento humano es capaz de adaptarse a las condiciones que le ofrezca su escenario de vida, por muy duras que fueran; pero una vez adaptado, se resiste a asimilar los cambios con tal energía que en muchos casos consigue que esas condiciones vuelvan a su condición original. Aquí debo colocar una precisión: siempre que el resultado le signifique menores esfuerzos o ahorro de energía interna. Porque cuando el cambio le significa un ahorro de energía – en los sensores de sus percepciones – inmediatamente adoptarán ese cambio a su favor.

Intentando traducir el análisis de este texto a un lenguaje más simple, el comportamiento humano – considerado uno de los más complejos y exitosos de todas las criaturas de la tierra – es como fluido para adaptarse a las condiciones que se le presenten y ofrece una extraordinaria resistencia a los cambios que se le presenten, siempre que le signifique una mayor inversión de energía.

En nuestro contexto, cuando las condiciones de gobierno (barreras) exigen de las personas una inversión inevitable de energía, ellas estarán dispuestas a ejercerlas. Cuando las barreras son escasas (ahorro de energía), la adaptación es más inmediata; pero cuando esas barreras cambian abruptamente, las personas reaccionan de tal modo que buscan mantener las condiciones originales.

Para mejor entendimiento: si le acostumbraste a tu hijo a obtener las cosas fáciles, protestará y en gran medida cuando pretendas cambiárselas de modo abrupto. Este análisis pretendo aplicarlo a la educación de los hijos. Cuando - simulando el hecho de que las enseñanzas de los padres ejercen el rol de construirle barreras a los hijos - cuando se evidencien diferencias se forma una especie de fisura - similar a las que existen en las rocas, ellos adoptarán la forma de las fisuras y ofrecerán tenaz resistencia a los cambios súbitos, hasta conseguir que los padres abandonen su propósito de cambio, siempre que les signifique hacer un gasto de energía adicional.

Si este análisis sirve para entender el comportamiento de las masas en el gobierno de una sociedad, me sentiré un elemento necesario en la historia de la sociedad humana vigente. Aunque reconozco que no sé nada de comportamiento humano ni de comportamiento social.

sábado, 6 de diciembre de 2014

VIDA LARGA Y OPORTUNIDADES BREVES. Una historia de padres inexpertos y de hijos que condenan

Cada una de las etapas tan distintas de nuestras vidas ocurre en un tiempo tan breve, que inevitablemente nos lleva a cometer errores, muchos de los cuales no alcanzamos a entender y la mayor parte de ellos no alcanzamos ni siquiera a corregir.

Nadie que se precie de sensato podría jactarse de ser un buen padre – o buena madre – antes de tener un hijo. Menos sensato podría entenderse aquél que a los pocos días de tener un hijo se sienta seguro de cómo cuidar de su desarrollo.

La verdad es que esta condición es una de las más crueles para demostrar que cometemos errores. Aun si tuviéramos la orientación de personas mayores, esta oportunidad es quizás la más objetiva para demostrarnos que cometemos errores.

Y es que es cierto… cometemos errores. Los padres cometemos errores, como los cometieron nuestros padres y como los cometieron los padres de nuestros padres. Y cuando de pronto reparamos en ellos, la oportunidad de corregirlos ya se fue y nuestros hijos ahora viven una nueva etapa en donde… volveremos a cometer errores. Es como si se le tomara una prueba de velocidad a un inexperto. Cuando se dio cuenta dónde fue que falló, ya terminó la ronda y no hubo ocasión de corregir.

Los libros parecen mirarnos con desdén y reírse de nuestras constantes aventuras. Ellos se muestran como acumuladores de experiencias vividas para encendernos una luz donde los novatos sólo ven obscuridad. Lo que pasa es que quizás uno entre cien lee un libro (sobre paternidad) y uno entre mil (de los que leyeron) se atreve a probar su valor. Mientras tanto la mayor parte de nosotros vive – voluntaria o tercamente – en la obscuridad de la ignorancia de la paternidad.

Cuántos padres nos hemos apoyado – a nuestro modo – en lo que entendimos que fue valioso de lo que nuestros padres hicieron con nosotros. Y aunque armados de mala manera, nos creemos ejemplo de lo que debemos armar en nuestros hijos como modelo de desarrollo. Las pocas lecciones que tuvimos (como hijos) las forzamos de modelo para diseñar el objetivo de crianza de nuestros propios hijos. Y si a esto sumamos la diferencia de crianza que tuvieron los padres de nuestras parejas con la crianza que tuvimos nosotros, el eventual acuerdo conyugal bien puede llevarnos a cometer un error híbrido que no sabemos luego dónde sustentar.

No intento graficar una crisis paternal, sino el hecho de que en muchos casos, hijos con frustraciones por los errores de crianza de sus padres, se contradicen dramáticamente justo en el momento de crianza de sus propios hijos.

Aquí intento armar el rompecabezas de grandes y buenas intenciones de los padres que no llegan a ser entendidas por sus hijos, en el marco de lo que ellos esperan de sus padres. Y justamente esto ocurre porque no hay una sintonía entre lo que buscan los padres con lo que esperan los hijos. Nótese que en este análisis hay al menos tres personas: el padre, la madre y el hijo o la hija. Son tres personas y no dos. Pese a que ambos padres estén de acuerdo, el hijo o hija en la mayor parte de los casos no entiende lo que sus padres quieren. Y fácilmente lo entienden mal. Lo peor es que además, condenan.

Tres sujetos del mundo, tres sujetos de la vida, tres sujetos del tiempo que no alcanzan a sintonizarse unos con otros. Las líneas que cada padre escriben para sus hijos no coinciden entre ellos y tampoco coinciden con lo que los hijos esperan de ambos.

Y si el resultado de esta vorágine de buenas intenciones no alcanza una mínima sintonía, surge la primera víctima: el hijo o la hija. Su frustración es tan grande porque sus expectativas nunca fueron satisfechas por sus padres. Entonces surge la condena… “yo soy una víctima de los maltratos de mis padres”… o “soy una víctima de los desacuerdos de mis padres”… o “soy una víctima de la indiferencia de mis padres”. La o las siguientes víctimas son los padres… “mi hijo me condena porque siente que lo que hice con él o ella, le hizo daño”… y la adición a veces innegable “eso es por culpa de su padre o de su madre”.

Este escenario de tres actores nunca coloca a los tres en un tribunal en donde se resuelve de facto que los tres tuvieron buenas intenciones. Casi siempre coloca a los padres como egoístas o irresponsables. El hijo o la hija se acomodan en el sillón de la víctima.

Mi análisis es tan simple como complejo. Si los tres hubieran sintonizado sus expectativas, los éxitos como los errores serían el resultado de sus decisiones individuales. ¡Es simple…!

Pero ¿quién a inicios de la paternidad prevé sintonizarse entre padres y luego con el hijo o la hija? ¡Nadie!

Ahora, cuando las cartas están echadas y los sufrimientos nos agobian, ¿quién en su sano juicio intenta esclarecer esos errores de sintonía…? Aquí es cuando las condenas de uno y otro compiten entre sí para alcanzar un “yo no tuve la culpa…” Como si la búsqueda de culpables finalmente resolviera en la fórmula para alcanzar el desarrollo pleno. Pues no es así; el ganar el título de víctima o de bien intencionado no le hace bien a nadie.

El esfuerzo conjunto, liberado de la carga de condenas y abierto a la comprensión, bien puede derrumbar las barreras de la comunicación fluida y enmendar errores para finalmente dar lugar al entendimiento de las grandes buenas intenciones que hubo al inicio de la paternidad. Son tan valiosas las intenciones de los padres como las expectativas de los hijos o hijas. El comprenderlas debe movilizar al perdón mutuo y al entendimiento de que esta aventura fue tan breve en sus diversas etapas para todos, que inevitablemente se cometieron errores, pero mejor aún, que las intenciones de todos siempre fueron para dar y recibir lo mejor de cada una de las partes.

No me encuentro en condiciones de juzgar los casos en los que alguna condición estuvo ausente. Sólo reflexiono en que merecemos todos el perdón y el reconocimiento del amor que dimos cuando tuvimos la breve oportunidad de demostrarlo, erradamente o no.