domingo, 9 de agosto de 2009

Turismo, una oportunidad invisible

Claro está desde hace mucho que las economías locales no logran ofrecer las oportunidades de crecimiento económico y acumulación de riqueza a los actores económicos, en tanto no exista una integración con las economías de otros lugares. Esto movilizó, en el caso de Tumbes, el comercio del ajo, la cebolla, la manteca, el licor y la chancaca; con otros lugares del Ecuador como Alamor, Zapotillo, Arenillas y hasta Loja. Definitivamente no hubiéramos logrado afianzar nuestro aparato productivo si no hubiéramos tenido una importante demanda de ajos y cebollas de parte del Ecuador; ni tampoco habrían prosperado sus economías si no hubiéramos demandado su Chancaca, su aguardiente y su manteca.
La lección es clara; el mercado de productos intercambiables dinamiza la economía.
Para el caso del Perú, casi en la década de los años 50’s del siglo pasado, surge una nueva opción conocida como el Turismo, cuando los lugares de oferta de esparcimiento agotaron sus productos y surge Machu Picchu y su equivalente en México, como opciones alternativas en Sudamérica.
Lo singular de esta nueva dinámica ha sido el hecho de que, sin necesidad de transferir los productos, los visitantes se llevaban una inigualable experiencia a cambio del dinero que dejaban por el disfrute de la misma, entendida como los servicios que le construyeron el citado “disfrute” de su escenario.
Y es que el turismo, no sólo en lugares como México, Puerto Rico y hasta la misma Habana, ocupa un lugar importante en las opciones de generación de ingresos, sin necesidad de transferir productos de un lugar a otro.
Esto ha sido entendido así por los gestores de la Revolución en los años 70’s, cuando Velasco Alvarado promociona al Perú, ya no como el “patio trasero” de economías enormes, como la norteamericana; sino como un lugar singular, radiante de cultura y recursos inequitativamente valorados por los agentes económicos que sólo veían a nuestro país como ofertante del caucho, la madera, el carbón, el petróleo y el azúcar. El tema en conflicto es que, para que esto ocurra, las poblaciones debían alcanzar tal nivel de apropiación de su oferta, que consideró necesario resolver el asunto de la tenencia de la tierra, que en esa época se concentraba en pocas manos, dejando al poblador como solo un ofertante de servicios no calificados ante el vertiginoso crecimiento de la Hacienda.
El movimiento “revolucionario” cree resolver esta eventual inequidad despojando al hacendado de sus tierras y entregándoselas a sus trabajadores, ya sea para continuar con la producción agrícola, como para vender valores adicionales como la cultura y recursos localmente subvaluados, como la fibra de los camélidos y el algodón nativo, ya no como materia prima, sino como producto terminado.
Pocos tienen memoria de esto. La mayor parte de nosotros piensa que el movimiento revolucionario ha sido una página obscura en nuestra cultura y por tanto reacciona desechándola con todo lo que vino.
Hay mucho que hablar al respecto, pero sólo espero concentrarme en la sola idea de hacer notar que somos un escenario singular con una cultura riquísima, digna de ser conocida como un destino valioso para el turismo. Asumo que alguien entienda que en la oferta de un lugar singular y atractivo, exista una importante oportunidad para mejorar la economía local.
Pero admito un error: la creencia popular en el Perú es que el Turismo NO ES UNA OPORTUNIDAD. Y no es que hayan probado que no lo sea (en el resto del mundo sí lo es, decididamente). Lo que pasa es que es parte de la incomprendida herencia que dejó el movimiento revolucionario.
Mientras que en el resto del mundo, la afluencia de visitantes del exterior constituye una oportunidad para generar ingresos, en el Perú no forma parte de las opciones sólidas. Alguien creería, de un modo apresurado, que el Perú no tiene nada que ofrecer. Pues no es así, los ofertantes de servicios básicos consideran al visitante como un agente indeseable en el desarrollo de sus precarias economías, pues, piden servicios singulares, pagan con monedas extrañas y hablan con un lenguaje incomprendido.
Así las cosas, el Perú se constituye en el país que demanda cada día más mejores oportunidades de ingresos, pero se da el lujo de desechar aquellas que se le ofrecen espontáneamente.
Esto no se debe a la falta de conocimientos en el común de la gente. Se debe a que los propios gobernantes sienten que las megaestructuras y los monumentos a lo que sea, son la fórmula de desarrollo y no la preparación a recibir visitantes.
No conozco a todo mi país, pero si a buena parte de sus lugares. Todos ellos con su propia y maravillosa singularidad. Sin embargo, conservan el sentimiento común de que el visitante no les resolverá sus anhelos de crecimiento, como sí lo pudieran hacer las promesas eternamente incumplidas de sus gobernantes, para quienes siempre hay un voto a favor.
Esto hace que en lugares como Tumbes, frontera con Ecuador, el tratamiento a los visitantes sea de dos modos: (1) cobrándoles tarifas tan escandalosamente altas como para que nunca más vuelvan; y (2) negándoles cualquier servicio so pretexto de no entender el valor de su moneda.
No puedo universalizar esta idea con todos. Están los operadores; sin embargo ellos sólo se aseguran de crear las condiciones mínimas de disfrute de sus visitantes. Lo que los visitantes tengan que sortear hasta los operadores no forma parte de su agenda aún. Y es que entonces, no logran notar que aquellos servicios como el transporte, la alimentación y el hospedaje están caminando en el lado contrario.
En tanto esto continúe así, no habrá turismo como opción económica; ni menos será visible para el resto de agentes económicos. Seguirá siendo una oportunidad invisible.