viernes, 17 de octubre de 2008

El Gobierno

Imagínese que usted tiene un coche, su coche nuevo. El coche está dotado de una serie de recursos que le permiten avanzar, retroceder, moverse en diversas direcciones, detenerse, iluminar el camino y otras cosas más que se espera de un coche. Cuando hemos sido trasladados por un coche, luego de habernos movido con nuestros propios miembros, sentimos que el coche responde a muchas de nuestras necesidades: nos traslada de un lugar a otro, y no solo a nosotros, sino también a los bultos que queremos que se muevan con nosotros. Volviendo al coche nuevo, usted lo tiene, pero hay una pequeña gran dificultad: no sabe cómo conducirlo.
Le propongo otra idea. Usted tiene un teléfono celular nuevo, dotado con recursos que le permiten comunicarse con otras personas a increíbles distancias y desde espacios impensados. El celular puede, además de permitirle comunicarse, llevar consigo información y transmitirla a otro lugar con sólo pulsar un botón. Le ofrece además recursos para grabar imágenes, escuchar música y conectarse al complejo universo de la Internet. Pero nuevamente, usted tiene el celular, pero no sabe manejarlo.
En cualquiera de los dos ejemplos anteriores, el sólo hecho de pensar que no sabe cómo manejarlos le permite deducir que es preciso buscar ayuda. Si usted no sabe conducir un coche o no sabe manejar su celular, busca ayuda en quienes saben operarlo y listo, asunto resuelto. Será mejor si la ayuda es especializada y no de empíricos (quienes han desarrollado algún conocimiento a partir de la exploración o de cierta información, no necesariamente adecuada). También será mejor si usted aprecia el valor del vehículo o del celular y por tanto decide no arriesgarse a explorar con la probabilidad de malograrlos.
En suma, usted se sentirá mejor si obtiene la ayuda especializada para no estropear el coche o el celular.
Habiendo superado el reto de esta trivial situación, ahora le propongo imaginarse que el coche nuevo o el celular nuevo no es de una sola persona, sino de un colectivo al cual usted pertenece. Peor aún, sabiendo que también le pertenece, quien controla lo que deba hacerse con el coche o el celular no es usted, sino una tercera persona. Haga un esfuerzo. Usted es uno de los tantos dueños de un maravilloso coche, pero el líder del grupo se embarca a explorar su funcionamiento adoptando una conducta contraria a lo que hace poco habíamos considerado como ideal (pedir ayuda especializada). Imagínese: el tipo ingresa al coche rompiendo las lunas de la ventana o el parabrisas, se sienta al volante y mueve cada cosa que se mueva y presiona todo botón que tenga al frente. Finalmente acierta con el encendido y al darle arranque mueve al coche a saltos, avanza, retrocede y gira de la manera más absurda, evidenciando precisamente eso: NO SABE CONDUCIR. Y para colmo del caso, ante su mirada atónita, finalmente se aburre y deja al coche; no sin antes haberlo siniestrado y extraído valiosas partes que le gustaron y que espera lucir en algún lugar de sus desordenados escaparates.

Me gustaría dejarle unos puntos suspensivos para que usted anote sus impresiones. Pero lo invito a algo más sádico: cuando se trata de buscar a un nuevo conductor, la gente vuelve a elegir al mismo incompetente que antes lo siniestró y despojó de valiosas piezas. ¿Qué le parece?
Este ejercicio de sadismo absurdo se lo quiero llevar al Gobierno. Usted pertenece a una sociedad en donde se elige como gobernante a un improvisado e incompetente sujeto, que lejos de atender las demandas ciudadanas, destruye y despoja de sus valiosos recursos, reduciendo el valor de su espacio dejándolo prácticamente en las ruinas. Y para colmo de males, los demás miembros de la sociedad vuelven a elegir al mismo gobernante.
¿No pensaría usted que tal gobernante debió haber adquirido una básica capacitación antes de “subirse al volante” de tan valioso espacio social?
Pues bien, eso debiera ocurrir en nuestras sociedades cuando eligen a sus gobernantes. Traslade a la situación del coche aquél gobernante y pregúntese a sí mismo si es que usted permanecería indiferente a las torpezas que en forma acumulativa ejerce este inepto y que terminan por llevar al coche a la ruina.
Pero no es así. Forzando el ejemplo, usted le deja total libertad al gobernante para que haga lo que se le venga en gana, conformándose con que al menos haya podido moverlo; no importa hacia dónde ni de qué modo, lo concreto es que lo movió. Así ocurre con el gobierno. Los ciudadanos son conscientes de las incompetencias del gobernante, pero lo vuelven a elegir porque al menos hizo algo. Como dicen en algunos lugares “roba, pero hace”. Y no importa lo que haga, lo que a usted y los demás les conforma es que “hace”.
Si aún no se ha aburrido de leer esta nota, le invito a que se imagine a un prudente gobernante, que al igual que un conductor responsable, solicita ayuda para gobernar y termina “conduciendo” su sociedad al desarrollo, capitalizando los recursos de que dispone y satisfaciendo las necesidades mínimas de todos. Imagine a un diestro conductor aprovechando las virtudes de un vehículo para llevarlo a donde usted espera llegar, en tiempo menor de lo que esperaba y sin haber maltratado al coche. Traslade esto a su gobierno: justicia social, seguridad ciudadana, salud, bienestar, crecimiento económico y satisfacción total por el valioso servicio.
Yo me imagino que muy pocos ciudadanos relacionan a su gobierno (local, regional o nacional) con el conductor del coche de todos. Y en esas condiciones terminamos convenciéndonos de que nunca saldremos del desarrollo porque quizás alguna maldición hemos recibido que no nos permite crecer como otros lo hacen. Peor aún, nos resignamos a saber que perderemos nuestros recursos por mal manejo o por hurto descarado. Y que al final de cuentas, nuestra dinámica de vida individual consiste en sobrevivir a las torpezas de nuestro gobernante, al que volveremos a elegir por ser el único valiente de asumir la conducción de nuestra sociedad. Y la historia se repite una y otra vez.
Interesante aventura, no podrá negarlo. Más aún si el tipo al que le entregamos ese “coche”, le encargamos además que conduzca (a donde quiera) el futuro de nuestros hijos. Lo demás se lo dejo a su imaginación.

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