jueves, 17 de septiembre de 2020

La Corrupción

Cuando escuchamos la palabra “corrupción” suena como si fuera algo ajeno, extraño. Quizás sea por la idea que nos inculcaron de niños: “la manzana podrida corrompe a las demás”. Lo vemos como si se tratara de una enfermedad contagiosa. Entonces evitamos el contagio, manteniéndonos alejados de la fuente de infección. Sin embargo, cada día encontramos más y más casos de corrupción. Muchas veces, inclusive, vemos caer a personas que nunca imaginaríamos. ¿Es acaso una enfermedad que se contagia? ¿Hay barreras que impidan el avance de esa “enfermedad”? ¿Cómo es que cada vez hay más y más corruptos? Algunas de las culturas mas antiguas entendieron que la corrupción es una suerte de opción en nuestro comportamiento. Nuestra conciencia nos da a elegir siempre entre lo honesto y lo deshonesto; el honor y el deshonor; la honra y la deshonra; la lealtad y la traición. Nosotros decidimos. Esto es muy diferente a ver la corrupción como algo ajeno a nosotros. El enemigo está en nuestro interior. Somos tan santos o corruptos como nosotros mismos nos lo permitamos. Si un corrupto me tienta a cometer un acto deshonroso, quizás quiera aprovechar alguna oportunidad de ganar algún placer material de un modo deshonesto, pero eso lo decido yo mismo. Ergo, nosotros mismos podemos evitarlo. Mejor aún, si tenemos una gran fortaleza de carácter hasta podríamos persuadir al corrupto a ser una persona honesta. Revisemos tantas historias de arrepentimiento en las religiones. Y hablando de las religiones, casi todas ellas nos invocan a la santidad y deploran la debilidad que nos hace caer en los graves errores. Subrayan el imperativo de hacer sacrificios para alcanzar la fortaleza de espíritu, la conciencia sana. Pero esta nota no es para hablar de religión, sino del asunto tan disímil e impreciso como es la corrupción. Muchas de las ideas que se comentan en las redes sociales y hasta en algunos medios de comunicación, dirigen la atención hacia la falta de políticas firmes y normas sancionadoras. Sin embargo, ya se dieron muchos casos en los que los jueces y fiscales caen en la corrupción y protegen a los deshonestos, facilitándoles inclusive la comisión de graves delitos. La tarea no está siendo fácil. Y mientras los ciudadanos no entendamos dónde se encuentra el problema, continuaremos exigiendo medidas absurdas y - obviamente - continuaremos quejándonos de la incapacidad de los gobernantes. La corrupción - como opción - siempre está en cada persona. Y cada persona es la única que puede evitar su manifestación. ¿Entonces, nos rendimos? ¿Hay formas de actuar en las personas para evitar caer en actos de corrupción? Como se dijo antes, si muchas de las culturas antiguas demostraron notables crecimientos en condiciones de control de la corrupción y, por otro lado, escandalosos acontecimientos debido a la corrupción, es saludable buscar las fórmulas que tuvieron mayores éxitos. Estoy seguro de que en la mayor parte de los casos se recomendará la formación del carácter de la persona con educación y en casa. Los padres tenemos, tanto la responsabilidad de controlarnos para no caer en actos de corrupción, como enseñarles a nuestros hijos - cuando niños - para que tengan una clara distinción de las acciones nobles y de las acciones deshonestas. Y si esto es lo más importante, en lugar de exigirle medidas al gobernante, debemos exigírnoslas a nosotros mismos; y en lugar de esperar respuestas inmediatas, deberemos ser perseverantes por un largo tiempo para esperar que nuestra educación funcione. Entre tanto, sanciones drásticas y aleccionadoras deberán aplicarse con los funcionarios corruptos para mejorar paulatinamente nuestro sistema de gobierno.

jueves, 8 de octubre de 2015

Si el centralismo no ayuda a la descentralización... debe continuar el descentralismo?

Caso curioso...!
En los diversos espacios en donde supuse que se estaba trabajando la descentralización con un potentísimo motor que aprovecha y desafía al principio de subsidiaridad, descubrí que la centralización ha calado tanto que aún continuamos dependiendo de ella...
En efecto, la cultura de las personas - no precisamente los tomadores de decisión, sino quienes los eligen - aún continúa pensando que la descentralización es un estado en el que los centralistas prefieren apoyar a los descentralizados...
Nada más absurdo...!
El modelo se consideró inoperante y por eso se "trasladó" la responsabilidad del desarrollo local a la decisión del Gobierno Central.
"No puedo hacer nada si Lima no me asigna los recursos (para hacer lo que me venga en gana) y me condiciona a proyectos complejamente sustentados."
Es como si se repartiera un pastel en donde está permitido hacer lo que el gobernador considera importante, contra lo que el país lo considera bajo esas consideraciones.
Negativo!
Nunca nos permitirán decidir sobre un aspecto regulado a cambio de dejarlo al azar.
Pero tampoco queremos dejarlo al azar...
Hubiera sido mejor si los de Lima deciden por nosotros...
¡Plop...!

domingo, 21 de diciembre de 2014

El muerto se hace pesado cuando hay quien lo cargue



Siendo que el comportamiento es una de las condiciones que nos permite diferenciarnos entre los seres vivos, eventualmente somos la única especie del planeta que tiene un comportamiento diferencial tan marcado con respecto a las demás especies, que nos permite seguir manteniendo el control de lo que ocurre en el planeta y hasta en la porción del universo más cercana a éste.

La mayor parte de las especies tiene un comportamiento tan parametrado que a la menor variación de un factor demuestra alteraciones adversas que hasta pueden condicionar su supervivencia. Las hay también aquellas que son lo suficientemente versátiles como para soportar cambios drásticos (ya no sutiles), pero con una marcada limitación que siempre nos permite controlarlas; o sea que hasta el momento continuamos manteniendo el control.

La principal condición de un líquido es su fluidez, lo que en un medio afecto al magnetismo terrestre, significa que el líquido (manteniendo siempre ese estado) es capaz de adaptarse a la forma que se le resista para adoptar la forma de la barrera que se le presente en el límite inferior, pero ocupando el lugar que hay en la forma de esa barrera. De modo más explícito, en una barrera plana – alineada con la fuerza de la gravedad – el líquido toma la forma de la misma barrera, o sea la forma plana. En una barrera cóncava, el líquido hacia abajo toma la forma cóncava y en la superficie adopta la forma plana. Lo mismo ocurre en una barrera convexa o en una barrera de forma compleja. El líquido sigue la forma de la barrera hacia abajo, mientras que hacia arriba siempre será plano – siempre en alineación con la gravedad.

El comportamiento adopta esta misma condición: la fluidez. Tanto los humanos como las demás especies tenemos una cierta capacidad de fluidez ante las diversas y muy diferenciadas condiciones en las que nos encontremos. Algunos son menos “fluidos” que otros; es decir que algunos no logran adaptarse a las formas de las barreras y simplemente perecen. 

Mi madre me enseñó algo que decía mi abuela (su madre): “el muerto se hace pesado cuando hay quien lo cargue”, en alusión a los funerales de la época de mi abuela, en donde se trasladaba en un cajón hermético el cadáver de una persona cuando fallecía, como parte de un complejo ritual conocido como “sepelio” o “funeral”. Quienes trasladaban el cajón con el cadáver eran personas de casi la misma estatura. Aun cuando eran cuatro – como mínimo – los cargadores, llevaban a cuestas el peso promedio de una persona. Y eso es muy diferente que trasladar a un herido, donde éste ayuda en el esfuerzo de trasladarlo. Un cadáver nunca podrá ayudar a mover su masa a ninguna parte, simplemente porque no está en condiciones de hacerlo, de modo que los cargadores literalmente deben cargar un “peso muerto”.

Yo me imagino que mi abuela recogió la reflexión de un cargador cuando contrastó el esfuerzo de cargar un herido con el esfuerzo de cargar un cadáver. El herido reduce el esfuerzo y el cadáver simplemente lo sincera. En suma, es más pesado cargar un cadáver que cargar un herido.

Volviendo al asunto del comportamiento, la reflexión que hacía mi abuela era en referencia a que una persona se comportaba de un modo “más pesado” cuando había quien le resolviera sus demandas. Usando el comparativo con el fluido, el comportamiento adopta la forma de la barrera con la que se encuentra. Si tú le permites a alguien alimentarse de tu trabajo sin ninguna condición (de ayudar, por ejemplo), ese alguien siempre seguirá alimentándose de tu trabajo sin hacer nada por ayudar o compensar el esfuerzo. Si por el contrario, tú le condicionas la alimentación a hacer un esfuerzo por traer la leña o lavar los trastes, la persona cumplirá con traer la leña o lavar los trastes con tal de suplir su demanda de alimentos.

Sin embargo, el comportamiento tiene otra condición que no logro comparar con alguna analogía. Este elemento quizás tiene una relación con un mandato genético que tienen las especies que no se parecen a los humanos: la costumbre. La costumbre no es otra cosa que la referencia histórica de resolver las demandas de la misma forma que fueron resueltas desde la primera vez y que además ocurrieron de forma repetitiva, que lograron “hacer camino” a la forma de resolver su demanda. Dicho de otro modo, la forma en que resolvimos nuestra primera demanda es la forma en la que esperamos que se resuelva en el futuro.

Si por ejemplo, luego de que nos ofrecieron alimento sin que tengamos que hacer ningún esfuerzo, volveremos a comportarnos del mismo modo cuando volvamos a sentir la necesidad de alimentarnos. Y si recibimos el mismo resultado una y otra vez, nos acostumbramos; es decir que aprendimos a que el hambre se resuelve solicitando a alguien para que nos lo proporcione sin hacer nada a cambio. Pero si las condiciones son diferentes, con mucha facilidad asimilamos la forma de la barrera y la repetimos con tal de satisfacer nuestra hambre.

La repetibilidad es una de las características que encontró Mendel en su estudio de la genética. Si el sujeto encuentra las mismas condiciones siempre, volverá a repetir su comportamiento. De otro modo habría un colapso o una crisis de comportamiento… ¿Por qué obrar de modo distinto si antes hubo un resultado satisfactorio? Quién mejor encontró esta condición de comportamiento fue Sigmund Freud. Justo por esa razón es que las personas reaccionan ante un cambio en las barreras. Aquí es donde no consigo tener una analogía de comprensión simple. Pues las personas literalmente protestan ante un cambio en las barreras; es decir que ya no se comportan como un fluido – que físicamente adoptan la forma del recipiente – sino que ejercen una energía de reacción con tal fuerza que intentan volver a la condición original a la barrera o el recipiente.

En un simple análisis lógico, el comportamiento humano es capaz de adaptarse a las condiciones que le ofrezca su escenario de vida, por muy duras que fueran; pero una vez adaptado, se resiste a asimilar los cambios con tal energía que en muchos casos consigue que esas condiciones vuelvan a su condición original. Aquí debo colocar una precisión: siempre que el resultado le signifique menores esfuerzos o ahorro de energía interna. Porque cuando el cambio le significa un ahorro de energía – en los sensores de sus percepciones – inmediatamente adoptarán ese cambio a su favor.

Intentando traducir el análisis de este texto a un lenguaje más simple, el comportamiento humano – considerado uno de los más complejos y exitosos de todas las criaturas de la tierra – es como fluido para adaptarse a las condiciones que se le presenten y ofrece una extraordinaria resistencia a los cambios que se le presenten, siempre que le signifique una mayor inversión de energía.

En nuestro contexto, cuando las condiciones de gobierno (barreras) exigen de las personas una inversión inevitable de energía, ellas estarán dispuestas a ejercerlas. Cuando las barreras son escasas (ahorro de energía), la adaptación es más inmediata; pero cuando esas barreras cambian abruptamente, las personas reaccionan de tal modo que buscan mantener las condiciones originales.

Para mejor entendimiento: si le acostumbraste a tu hijo a obtener las cosas fáciles, protestará y en gran medida cuando pretendas cambiárselas de modo abrupto. Este análisis pretendo aplicarlo a la educación de los hijos. Cuando - simulando el hecho de que las enseñanzas de los padres ejercen el rol de construirle barreras a los hijos - cuando se evidencien diferencias se forma una especie de fisura - similar a las que existen en las rocas, ellos adoptarán la forma de las fisuras y ofrecerán tenaz resistencia a los cambios súbitos, hasta conseguir que los padres abandonen su propósito de cambio, siempre que les signifique hacer un gasto de energía adicional.

Si este análisis sirve para entender el comportamiento de las masas en el gobierno de una sociedad, me sentiré un elemento necesario en la historia de la sociedad humana vigente. Aunque reconozco que no sé nada de comportamiento humano ni de comportamiento social.

sábado, 6 de diciembre de 2014

VIDA LARGA Y OPORTUNIDADES BREVES. Una historia de padres inexpertos y de hijos que condenan

Cada una de las etapas tan distintas de nuestras vidas ocurre en un tiempo tan breve, que inevitablemente nos lleva a cometer errores, muchos de los cuales no alcanzamos a entender y la mayor parte de ellos no alcanzamos ni siquiera a corregir.

Nadie que se precie de sensato podría jactarse de ser un buen padre – o buena madre – antes de tener un hijo. Menos sensato podría entenderse aquél que a los pocos días de tener un hijo se sienta seguro de cómo cuidar de su desarrollo.

La verdad es que esta condición es una de las más crueles para demostrar que cometemos errores. Aun si tuviéramos la orientación de personas mayores, esta oportunidad es quizás la más objetiva para demostrarnos que cometemos errores.

Y es que es cierto… cometemos errores. Los padres cometemos errores, como los cometieron nuestros padres y como los cometieron los padres de nuestros padres. Y cuando de pronto reparamos en ellos, la oportunidad de corregirlos ya se fue y nuestros hijos ahora viven una nueva etapa en donde… volveremos a cometer errores. Es como si se le tomara una prueba de velocidad a un inexperto. Cuando se dio cuenta dónde fue que falló, ya terminó la ronda y no hubo ocasión de corregir.

Los libros parecen mirarnos con desdén y reírse de nuestras constantes aventuras. Ellos se muestran como acumuladores de experiencias vividas para encendernos una luz donde los novatos sólo ven obscuridad. Lo que pasa es que quizás uno entre cien lee un libro (sobre paternidad) y uno entre mil (de los que leyeron) se atreve a probar su valor. Mientras tanto la mayor parte de nosotros vive – voluntaria o tercamente – en la obscuridad de la ignorancia de la paternidad.

Cuántos padres nos hemos apoyado – a nuestro modo – en lo que entendimos que fue valioso de lo que nuestros padres hicieron con nosotros. Y aunque armados de mala manera, nos creemos ejemplo de lo que debemos armar en nuestros hijos como modelo de desarrollo. Las pocas lecciones que tuvimos (como hijos) las forzamos de modelo para diseñar el objetivo de crianza de nuestros propios hijos. Y si a esto sumamos la diferencia de crianza que tuvieron los padres de nuestras parejas con la crianza que tuvimos nosotros, el eventual acuerdo conyugal bien puede llevarnos a cometer un error híbrido que no sabemos luego dónde sustentar.

No intento graficar una crisis paternal, sino el hecho de que en muchos casos, hijos con frustraciones por los errores de crianza de sus padres, se contradicen dramáticamente justo en el momento de crianza de sus propios hijos.

Aquí intento armar el rompecabezas de grandes y buenas intenciones de los padres que no llegan a ser entendidas por sus hijos, en el marco de lo que ellos esperan de sus padres. Y justamente esto ocurre porque no hay una sintonía entre lo que buscan los padres con lo que esperan los hijos. Nótese que en este análisis hay al menos tres personas: el padre, la madre y el hijo o la hija. Son tres personas y no dos. Pese a que ambos padres estén de acuerdo, el hijo o hija en la mayor parte de los casos no entiende lo que sus padres quieren. Y fácilmente lo entienden mal. Lo peor es que además, condenan.

Tres sujetos del mundo, tres sujetos de la vida, tres sujetos del tiempo que no alcanzan a sintonizarse unos con otros. Las líneas que cada padre escriben para sus hijos no coinciden entre ellos y tampoco coinciden con lo que los hijos esperan de ambos.

Y si el resultado de esta vorágine de buenas intenciones no alcanza una mínima sintonía, surge la primera víctima: el hijo o la hija. Su frustración es tan grande porque sus expectativas nunca fueron satisfechas por sus padres. Entonces surge la condena… “yo soy una víctima de los maltratos de mis padres”… o “soy una víctima de los desacuerdos de mis padres”… o “soy una víctima de la indiferencia de mis padres”. La o las siguientes víctimas son los padres… “mi hijo me condena porque siente que lo que hice con él o ella, le hizo daño”… y la adición a veces innegable “eso es por culpa de su padre o de su madre”.

Este escenario de tres actores nunca coloca a los tres en un tribunal en donde se resuelve de facto que los tres tuvieron buenas intenciones. Casi siempre coloca a los padres como egoístas o irresponsables. El hijo o la hija se acomodan en el sillón de la víctima.

Mi análisis es tan simple como complejo. Si los tres hubieran sintonizado sus expectativas, los éxitos como los errores serían el resultado de sus decisiones individuales. ¡Es simple…!

Pero ¿quién a inicios de la paternidad prevé sintonizarse entre padres y luego con el hijo o la hija? ¡Nadie!

Ahora, cuando las cartas están echadas y los sufrimientos nos agobian, ¿quién en su sano juicio intenta esclarecer esos errores de sintonía…? Aquí es cuando las condenas de uno y otro compiten entre sí para alcanzar un “yo no tuve la culpa…” Como si la búsqueda de culpables finalmente resolviera en la fórmula para alcanzar el desarrollo pleno. Pues no es así; el ganar el título de víctima o de bien intencionado no le hace bien a nadie.

El esfuerzo conjunto, liberado de la carga de condenas y abierto a la comprensión, bien puede derrumbar las barreras de la comunicación fluida y enmendar errores para finalmente dar lugar al entendimiento de las grandes buenas intenciones que hubo al inicio de la paternidad. Son tan valiosas las intenciones de los padres como las expectativas de los hijos o hijas. El comprenderlas debe movilizar al perdón mutuo y al entendimiento de que esta aventura fue tan breve en sus diversas etapas para todos, que inevitablemente se cometieron errores, pero mejor aún, que las intenciones de todos siempre fueron para dar y recibir lo mejor de cada una de las partes.

No me encuentro en condiciones de juzgar los casos en los que alguna condición estuvo ausente. Sólo reflexiono en que merecemos todos el perdón y el reconocimiento del amor que dimos cuando tuvimos la breve oportunidad de demostrarlo, erradamente o no.

martes, 27 de marzo de 2012

LA AGRESIVIDAD COMO CULTURA. NUESTRO GRAN PROBLEMA.

No deja de sorprenderme la enorme capacidad que tenemos para encontrar razones que nos lleven a agredir de modo cotidiano a las personas de nuestro entorno, inclusive el entorno más cercano. Con superlativa frecuencia escucho comunicaciones telefónicas hirientes y humillantes entre parejas; entre padres e hijos; y entre personas que de algún modo realizan negocios o transacciones.
Hay una marcada tendencia hacia la desconfianza en la otra parte, que aparentemente mantiene a uno de los sujetos en una condición de vigilancia. No puedo explicármelo de otro modo.
Pero además de eso, hay una sólida tendencia hacia la agresión, como “mecanismo de defensa”, en cada interacción entre las personas. Ofendemos cuando cruzamos la calle, cuando hacemos una cola, cuando inevitablemente necesitamos instalarnos en un escenario donde hay más personas de las que podemos tolerar. He visto a personas avanzando dentro de un bus con un maletín que roza el rostro de las demás personas sentadas, pisando los pies de los que están parados, empujando a quienes están en el camino. No pedimos permiso, simplemente agredimos como fieras defendiendo su territorio. Y si debemos esperar nuestro turno, siempre intentamos imponernos para romper con la regla de esperar.
También percibo que para el común de las personas, el significado de “servicio” se asocia necesariamente con humillación. Adoptamos la actitud de humillar a quien presta un servicio, como si los que sirven deban aceptar que ésa es su condición; de otro modo no tendrían cómo sobrevivir.
Cuán lejos resulta el “por favor…”, “perdone…”, “¿podría usted…?”, “¿me haría usted el favor de…?”. Como si esa actitud nos colocara en el papel de perdedores. Mucho más lejano queda el “buenos días…”, “¡gracias…!”, “que tenga usted un buen día…”. Hasta observamos con sorpresa a quien dice esas frases, o peor aún, los humillamos para que no vuelvan a hacerlo.
Entonces me pregunto: ¿hacia dónde vamos con esa actitud?
Parece como si irremediablemente debemos conquistar una posición que de modo natural no nos asiste. Ya no funcionan los modales ni tampoco la cortesía. Hasta somos conscientes de que podemos encontrarnos con alguien más fuerte que nos prive de nuestro propósito de forma más violenta (como el lenguaje de las cárceles), ante lo cual sólo nos queda ceder (a menos que formemos un grupo lo suficientemente fuerte como para protestar en masa, sólo mientras sea necesario).
Y en la situación de protesta se nos hace tan habitual colocarnos primero en la posición de víctimas, atribuyendo al “agresor” el rol de “abusivo”, de modo que cualquier medida posterior que adoptemos es justificable . Y lo celebramos, sin importar las pérdidas que nosotros mismos nos generemos.
Tácitamente guardamos la idea de que alguien podría juzgar que lo que damos es más que lo que debiéramos dar, por eso adoptamos esa actitud.
No es difícil para mí relacionar lo que dije en algún momento sobre “nos reservamos el derecho de admisión, no se admiten peruanos” (ver nota anterior). Esa nota hace ver aquella “virtud” del pendejo que vive de la estupidez o ingenuidad del otro. Buscamos no ser el ingenuo o estúpido. Por eso también agredimos, para que nadie nos vea así.
Sin embargo creo que el asunto no termina ahí. Es definitivamente más complejo: las agresiones siembran resentimientos y éstos inducen a más agresiones. Así el ciclo no termina. Al final nos quedamos solos. Todos quienes adoptamos la actitud de agresividad siempre cosecharemos agresiones en los escenarios que menos nos imaginamos… y eso desgasta. Nadie que esté fuera de este ciclo nos aceptará, por lo que, o salimos o nos resignamos a seguir viviendo en los círculos de agresión cotidiana.
Con esto quiero llevar a la reflexión no solamente hacia el hecho de cambiar de actitud y optar por la cortesía, por más estéril que nos parezca; sino por el hecho de que como grupo, sociedad o nación, con este comportamiento no llegaremos a ninguna parte. Qué crítico es saber que no podemos aspirar a nada más que nuestra pobre singularidad. No podemos conquistar mercados, no podemos defender una marca que sólo la siente el que la genera, no podemos defender los recursos que sólo un individuo los conoce y lucha por ellos. Hemos sembrado y cultivado muy prolijamente una cultura que a todos nos afecta.
¡Cambiemos de actitud…!

miércoles, 27 de octubre de 2010

NOS RESERVAMOS EL DERECHO DE ADMISION

(No se admiten peruanos)

Si bien no se enseña en la escuela, es una tradición oral el saber que el peruano, más que ningún otro ciudadano del mundo, es Pendejo. Hemos crecido con eso. Lo escuchamos en todos lados – al interior del Perú – de modo tal que hasta lo sentimos en las venas o en nuestros genes. Cuando somos pequeños aún, nuestros padres celebran la primera “pendejada” que hacemos y se sienten terrible cuando alguien nos la hace; no porque aquella persona hizo mal, sino porque no supimos advertir la “pendejada” del otro.
“El vivo vive del sonso y el sonso de su trabajo” reza un dicho que escuché con mayor énfasis en la época del Gobierno Revolucionario que impuso el General Juan Velasco Alvarado. No creo que haya formado parte de la ideología revolucionaria que promovió, pero si noté que cobró mucha fuerza en el sector público, cuando parecían muy naturales las actitudes fraudulentas de los burócratas en la gestión pública, a causa de una “propina” de alguien más pudiente económicamente. Detrás del mensaje “Campesino, el rico no comerá más de tu trabajo”, algunos lo entendieron de forma combinada: “si trabajas, le das de comer al vivo; por lo tanto, no trabajes, pero si cobra como si lo hubieras hecho”.
Y con esa tradición oral hemos crecido. Alguien dijo “una cosa es caballerosidad y otra es sonsera”. Con eso mató por completo los buenos modales que enseguida pasaron a ser “sonseras” o demostraciones de ser sonso. Ya nadie saluda, ya nadie cede el asiento a las damas o a los mayores; ya nadie cede el paso, ya nadie pide disculpas; ya nadie respeta. Todos nos cuidamos de no ser sonsos.
Mucho más que eso, hacemos esfuerzos voluntarios por no parecer sonso o sumiso. Y con eso nos llevamos de encuentro la humildad y la sencillez. Hemos criticado muy duro a quienes se demoraron en despojarse de esas actitudes, como el caso de los nativos de la sierra del Perú. Los serranos demostraron mucha resistencia a deshacerse de los buenos modales. Los medios de comunicación, en alusión a la guerra contra la “sonsera”, criticaron de “serranos” a los “sonsos” que demostraban buenos modales. Nos divertía mucho ver como “los vivos” limeños le tomaban el pelo a “los sonsos serranos”, llevándonos a generar una actitud de rechazo al modelo “serrano” que se veía como sumiso, humilde, incauto. Ya nadie quería ser “serrano”, sino más bien “limeño”, lo que nos llevó a modificar el acento de nuestra tierra (para no demostrar ser un sonso provinciano o serrano) y adquirir jergas y replanas que no eran otra cosa que la protesta lingüística hacia el idioma.
Esto tuvo su efecto en cadena: es regla hablar con acento limeño, utilizar jergas y transgredir groseramente los buenos modales o “reglas de urbanidad” (de las que no he escuchado hablar hace más de treinta años). Toda esa actitud nos llevó a ser ganadores o simplemente normales. Adoptamos con mucha fidelidad la jerga del momento, en demostración fidedigna del mandato de consumo que nos obliga a ser felices siempre que tengamos el producto de última generación.
Esta situación obviamente tuvo que generar efectos que no precisamente valoramos. La “viveza” del blanco limeño o “viveza criolla” empezó a resultarnos indeseable cuando éramos el blanco de la misma. Los delincuentes no pudieron encontrar mejor escenario que el de la “viveza criolla” para delinquir impunemente y con los aplausos de los no involucrados. Los jueces no podían juzgar al vivo, menos condenarlo; condenaban al sonso que se dejaba atrapar con las “manos en la masa”, por más inocente que fuera. “Si eres vivo, no te dejas atrapar; sólo caen los sonsos (incautos)”. Y así se aplicó la “viveza” al pago de los impuestos, al pago de las deudas, al uso irresponsable de los recursos del estado, al “diezmo” por obras otorgadas y a muchas cosas más. Cuando no recibimos los beneficios que esperamos, tácitamente sabemos que es porque los “vivos” no pagaron y nos sumamos a ellos. Pero cuando no sabemos qué hacer cuando no recibimos el servicio por más del tiempo que esperamos (o toleramos), ya no sabemos qué está bien, el ser vivo (y no pagar) o el ser sonso (y pagar). Fácilmente nos vamos a criticar a los grandes (vivos) que se benefician con los recursos del país y no pagan (¿?).
Hoy, sin aún percatarnos del efecto “espejo” de la viveza, estamos sufriendo el resultado de la conducta colectiva del vivo. Los vivos que no pagan impuestos y tributos nos impiden recibir los beneficios de los servicios básicos del Estado (como la salud, la educación y la seguridad ciudadana). Los vivos que salieron del país, aplicaron su “viveza” a los incautos gringos y se beneficiaron grandemente. Hoy los gringos simplemente instalaron un mecanismo anti-vivo mediante el cual marginan nuestra cultura. Ya se formó hace buen tiempo una conducta anti-peruanos en los demás países. Esas sociedades no quieren arriesgarse a admitir a un peruano quien con su “viveza” les generará malestar. Simplemente no los admiten.
Y así nos quedamos con un mundo cada vez más reducido, alejado del mundo de quienes juzgamos como injustos y crueles, pero que están dotados de valiosas oportunidades para nosotros (siempre que seamos honestos). Todo eso por haber crecido y habernos adaptado al mundo del vivo o del pendejo.
Vaya esto como una nota a la reflexión: a nadie le gusta ser el sonso. Apliquemos las normas de buena conducta, la honestidad, la sencillez y la humildad y abriremos las puertas hoy cerradas por nuestra mala actitud. No se trata de vivos ni sonsos; se trata de ser honesto, como los demás ciudadanos del mundo.

martes, 17 de agosto de 2010

CERRAR LOS ESPACIOS ABIERTOS

Un espacio abierto es un espacio público, en donde los ciudadanos pueden disfrutar de su riqueza. Es muchas veces un lugar de concentración de las personas. Un parque es un buen ejemplo de un espacio abierto. Otro ejemplo son las plazas principales de las ciudades.
La característica de un espacio abierto es que, si bien tiene fronteras o bordes, no tiene frente ni costado ni espaldas. Es abierto.
Sin embargo en Tumbes, gracias a la creatividad de un arquitecto, los espacios públicos o las plazas principales han dejado de ser un espacio abierto. Ahora ya tienen frente y espalda. Ahora ya saben hacia donde miran y hacia donde dan la espalda.
Esto que parece tener poca importancia tiene un reflejo en la economía de los locales que antes daban (de frente) al espacio abierto y ahora están a su espalda.
En la plaza principal de Tumbes hay una “Concha Acústica” que cumple con marcar el frente y la espalda de la plaza. Mira de frente hacia la catedral y el Paseo La Concordia y da la espalda a los establecimientos comerciales como la Caja Municipal de Piura, el Banco Scotiabank, la sucursal de Claro, entre otros.

Como si eso fuera una gran idea, en San Jacinto y Papayal han repetido la hazaña.
Pareciera que alguien pierde la brújula estando en un lugar sin frente y espalda, que necesitan definirlo, pese a la afectación que logren con quienes se localicen “a espaldas” de esa plaza.
No es difícil entenderlo en lugares en donde la economía de las familias se define por actividades diferentes al turismo o la oferta de servicios. En caso contrario, lo pensarían más de una vez quienes deciden “dar la espalda” a lugares comerciales activos como los afectados con esta creatividad arquitectónica.

Agradeceré comentarios.